CUENTO PULGAS.
Relato corto escrito por Erwin N. Cocha, en su versión editada para la convocatoria de la revista Sirena Varada de México.
PULGAS - Erwin N. Cocha.
El amor que siente mi novia por los
animales es realmente conmovedor, más aún por sus dos perritas Schznauser Mini,
Broomhilda y Claru. Con el pasar de las semanas y luego los meses ellas ya
no me ladraban ni me gruñían. Me buscaban para que juegue y las acaricie, me
habían agarrado cariño y yo a ellas también. Llegaba a la casa y se abalanzaban
para saludarme dando saltos y lamidos en la cara. Cuando con mi novia nos
poníamos a ver una película juntos, se escuchaban sus patitas acercarse y pasaban un
rato por la pieza. Eran realmente unas
perras muy adorables, siempre bien bañadas y con un moñito rosa cada una en la
oreja izquierda.
Hace unos días, mi novia salió de viaje en
crucero con su familia y me pidió si por favor podía cuidarlas, darles comida,
agua y sobre todo amor. La miseria psicológica en la que me había llevado vivir con mi
familia me había hecho abandonar el nido temprano, desde muy chico saliendo a
trabajar y pagar un alquiler en un monoambiente. No tenía lugar para
llevármelas y le pedí a mi pareja si podía pasar esos días en su casa, a lo
cual no tuvo ningún problema y se sintió más tranquila que sea así. El primer
día todo estuvo bien, llegué a las 7 de la tarde y me recibieron como siempre.
Revisé que tengan comida y les llené su platito de agua. Hasta la hora de la
cena las hice jugar persiguiendo una pelota de tenis por el patio. Esa noche
cené unas salchichas veganas que había en la heladera acompañadas con puré de
calabaza. Broomhilda y Claru subieron al piso de arriba, a dónde estaba la
pieza de mi novia, allí dormiría yo. Después de comer lavé los platos y subí al cuarto a ver una película.
Ellas estaban acostadas en el diván,
mirando a la cama. No le dí mucha importancia. Luego de varios minutos de
elegir comencé a ver El gran Gatsby y Carraway habló de como Jay parecía querer
atrapar la luz verde. Media hora después me hundí en un profundo sueño. Solo me
desperté para ir a trabajar, antes de salir revisé otra vez la comida y el agua
y no las habían tocado. A la vuelta ya no me recibieron como siempre. Llegué a
las 7:30 y al entrar ellas estaban sentadas en el sillón negro del living y de
ahí me miraban sin pestañar. Me acerqué
a ellas para acariciarlas, pero parecieron no enterarse. Mantenían la mirada
fija en la puerta. Pasé a la cocina, ya un poco nervioso. Calenté la comida que
había quedado de ayer y la engullí rápido, quería acostarme lo más pronto
posible. Cuando subí a la pieza estaban ellas dos sobre la cama, rascándose.
Sabía que mi novia las dejaba subir y que durmieran con ella, pero yo nunca
había sido fanático de la idea. Las cargué y las llevé al diván dónde allí se
quedaron, mirando fijamente a la cama.
Me cambié de ropa y me tiré a
dormir. Algunos sueños caóticos me despegaban del sueño y me movía en la cama,
bailando con las sábanas. Me encontraba en una selva donde las copas de los
arboles no dejaban entrar luz alguna y parecía esconder los más horribles
secretos de la naturaleza, ruidos de pájaros se escuchaban y hacían eco y a
cada paso que daba ramas y hojas crujían. En la espesura se escondían ojos, no
podía verlos, pero si sentía su mirada lacerando mi espalda y erizándome la
piel. Eran muchos, incontables y me miraban todos, a la espera de algo, a la
espera de una señal. Si de una tribu se hubiese tratado no tengo dudas en que
iban a hacerme algo, comerme, quitarme el corazón estando vivo, asarme en la
hoguera por mera diversión o todos los horrores que uno pueda imaginarse, y los
insectos, estaban en todas partes y su zumbido no me dejaban para nada
tranquilo.
Está vez si me desperté en mitad de
la noche. Broomhilda y Claru estaban raspando con las garras el piso de madera.
En la cama podían verse pequeños puntos negros. Me pasé las manos por los ojos
y los puntos habías aumentado en cantidad. Las perras seguían raspando el piso
de madera y de los costados del colchón salían más y más puntos negros. Eran
pulgas, millones de ellas y sentí como empezaban a subirse encima mío y morder
mí piel. Me levanté de un salto, pero ya era tarde, Las tenía encima mío y me
estaban comiendo. Las perras ahora saltaban y movían la cola. Corrí a la pileta
y me dí un chapuzón. Me moví con violencia y las pulgas comenzaron a
desprenderse. Para cuando pude salir de la pileta ya tenía toda la piel comida
e irritada, de un color rojo demoníaco.
Hoy voy a acabar con ellas, estoy armando un
lanzallamas casero, voy a chamuscarlas hasta la muerte y no me importa si me
voy al infierno yo también.
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